Tierra, flor, aire y mar, la paz que de ti se gobierna y el alma que aquí se hace eterna, presagio de un mundo sin par. Cual suave eco que se envuelve, la voz del bosque murmura. La luz y el alba se confunden con un murmullo que no muerde. El río juega y se desliza, tus aguas cantan su destino; tus brillos son como el camino, y el cielo, en tu fondo, se eterniza.

Aunque el hombre te agite y afirme, tu quietud es la que abriga la esencia del alma amiga. Oh, naturaleza, eres un himno perpetuo, tierno y divino.

  • Ángel de Saavedra Duque de Rivas